¿Tolerancia, aceptación o compasión?
Hace poco una persona me consultó sobre algunas técnicas o herramientas para mejorar la tolerancia. No hay pregunta más difícil, dado que los cambios conductuales relacionados con esta mejora están directamente vinculados a las creencias de cada individuo. Las técnicas o herramientas más efectivas parten por la identificación y desmontaje de creencias limitantes. Están vinculadas con el cambio de la concepción que se tiene sobre la existencia humana, el tipo de observador, lo que creemos que es la realidad, la verdad, etc. La tolerancia, la aceptación y la compasión reflejan tres niveles de madurez en el observador.
La tolerancia es un estado en el que el individuo ha logrado desarrollar la paciencia y está en un estado de cierto equilibrio y paz que le permiten manejar situaciones complejas de manera más o menos acertada. Sin embargo, las personas tolerantes suelen estar en un espacio emocional de relativa o poca humildad. Cuando algo que no encaja con la “verdad” (su verdad), desde un estado de superioridad, “le dan permiso” al otro a estar equivocado, lo toleran. Le tienen paciencia. Entonces, ¿qué ocurre cuando esa persona no está en un estado de cierto equilibrio o paz emocional? La respuestas es que pierden la compostura, deciden no tolerar, esto es, no le permiten al otro “equivocarse, pensar distinto, cometer errores”, etc. Es decir, pierde la paciencia. La tolerancia está supeditada, entonces, a las emociones.
Por otro lado, la aceptación representa un estado de mayor madurez emocional y espiritual. Ocurre cuando el nivel de conciencia del individuo ha aumentado considerablemente. Es un espacio de mayor racionalidad en el que se reconoce que hay más de una perspectiva de la vida, que pueden haber percepciones, interpretaciones y puntos de vista distintos, que hay diferentes formas de pensar y hacer las cosas. En este estado, cuando el otro piensa distinto la persona se enfoca en el objetivo final, en el bien común, en los valores compartidos, en conservar la relación y se abre a un mundo de posibilidades y perspectivas recordando que en el trabajo conjunto o en equipo mientras los “qué” y los valores se alcancen y respeten y los criterios de se mantengan, entonces los “cómos” son de cierta manera irrelevantes. Éste es un estado de apertura, curiosidad y profundo deseo de aprender: ¿habrá una manera más efectiva de alcanzar el objetivo que la mía? Como resultado de ello, acepto que el otro pueda tener un punto de vista distinto, me alineo a su propuesta, me involucro y la hago mía. La aceptación también exige compartir su perspectiva y hacerse y sentirse escuchado por el otro. Me valoro a mí mismo reconociendo que mi perspectiva aporta. Tengo consideración por el otro al reconocer y escuchar su propuesta. Con esta postura en la vida muchas veces las personas involucradas encuentran una tercera alternativa que no es la de uno ni la del otro sino la conjunta. En estas circunstancias, la tranquilidad y paz emocional promueven una racionalidad y conductas sumamente adecuadas. En este proceso la persona habrá desarrollado la aceptación.
El tercer nivel de madurez es el de la compasión. Para que ésta ocurra es necesario que el nivel de conciencia del individuo tenga la capacidad de reconocer la razón de existir del ser humano; que estamos en esta Escuela de Aprendizaje llamada Tierra; que somos “seres espirituales viviendo una experiencia humana”; que más allá de lo que observamos, “la presencia divina que hay en mí reconoce la presencia divina que hay en ti” (Namasté). Una manera complementaria de alcanzar este estado es conociendo a profundidad lo que le ha tocado vivir al otro en su infancia, adolescencia, pre-adultez y en general en su vida. ¿Qué experiencias extraordinarias hacen a este ser humano que tengo al frente lo que es? ¿Qué experiencias traumáticas ha tenido? ¿Cómo esas experiencias lo hacen el ser que es? ¿Qué luchas está viviendo actualmente desde el ser en que se ha constituido producto de su pasado? ¿Cómo se aplican estas mismas preguntas a mí? ¿Qué experiencias extraordinarias me hacen el ser humano que soy hoy? ¿Qué experiencias traumáticas he tenido? ¿Cómo esas experiencias me hacen el ser que soy? ¿Qué luchas estoy viviendo actualmente desde el ser en que me he constituido producto de mi pasado? Y cuando me veo en esa experiencia de aprendizaje, razón de nuestra existencia, cuando veo al otro en esa misma experiencia; cuando reconozco mis experiencias y mis cualidades excepcionales y las del otro. Cuando dejo de culparme y de culpar a otros; cuando veo a mis antecesores haciendo las cosas lo mejor que podían desde su estado de conciencia, desde su proceso de aprendizaje y desde su definición de amor incondicional.
Y cuando, además, me imagino y reflexiono todo, me invade una profunda emoción, una energía especial, una capacidad y conexión única con la creación y con el otro, con mi Ser Espiritual, con lo Divino. En ese momento surge en mí la compasión, con-pasión; la pasión conjunta. Un estado emocional, racional, espiritual, energético, de conexión con el entorno que me lleva a conductas extraordinariamente somáticas. Expresiones de un corazón sano, de un legado, del Dios que está en mí.