Atraemos lo que somos
Atraemos lo que somos
En artículos anteriores he hecho mención a lo que somos: espíritu viviendo una experiencia humana; esencia divina en un cuerpo; energía experimentando una realidad material. Lo concreto para mí de estas definiciones es que somos energía. Es lo que nos mueve. Somos electrones y fotones. La buena noticia es que si, efectivamente, somos energía, la muerte no existe: la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Lo que “muere” es el cuerpo. No puedo definirme como ser humano a partir sólo del cuerpo, de la experiencia material. Por lo tanto, si soy energía y la energía sólo se transforma, hemos venido a esta Escuela de Aprendizaje llamada tierra a transformarnos. Nuestra energía, espíritu o esencia divina es información, es conSCiencia. Transformarnos implica hacer cada vez más consCiente esa información que ya tenemos, que es nuestra, que nos define. Hacernos más conscientes implica, en una serie de aspectos, cambiar nuestra percepción de los hechos, de las relaciones, de la vida, de la existencia humana. Cuando nos hacemos conscientes, aprendemos; cuando aprendemos, nos transformamos.
Existen dos extremos en la experiencia humana, como se observa en la gráfica.
- En el extremo alto, se encuentra el amor incondicional.
- En el extremo más bajo, el dolor, el miedo.
En función de cuáles hayan sido nuestras experiencias pasadas y las de nuestros ancestros y el mundo interpretativo que las rodea, percibimos la realidad de una forma específica (uso la palabra ‘forma’ para asociarla con ‘transforma’) y nos ubicamos en algún punto entre el dolor/miedo y el amor incondicional.
No me cabe la más mínima duda de que muchos de nosotros recordamos esa frase relacionada a los perros, que cuando perciben nuestro miedo, pueden ponerse agresivos y nos pueden morder. En el fondo, por instinto perciben nuestro miedo (en su mundo, cuando hay miedo hay que atacar o huir), eso les da miedo y como mecanismo de supervivencia huyen o nos agreden.
No es diferente a las experiencias humanas. Lo que difiere de nuestra experiencia es el mundo de la racionalidad, el recuerdo, los programas y engramas y las creencias. Como seres energéticos percibimos la energía del otro, sea ésta la del amor incondicional o la del miedo/dolor en sus diferentes niveles. Como la energía excede el límite del cuerpo, es percibida a distancias difíciles de calcular, pero está allí, presente. Esa energía resuena con la de otros, le solemos llamar ‘química’. Recordemos frases como “yo no tengo química con él/ella” o “no tenemos química”. Inclusive decimos “me cuesta conectarme con esa persona”. Esas palabras -química, conexión- hacen referencia a la comunicación cuántica, de nuestra energía, de los cuántums o fotones que nos definen como seres humanos.
Una persona estará más o menos desarrollada, dependiendo de sus niveles de consciencia, esto es, de cuán consciente esté de la información de su esencia divina. Si la persona tiene niveles de consciencia muy bajos, vivirá en el miedo y el dolor. A niveles más altos, experimentará el amor incondicional. Si vive en el miedo y el dolor, ésa será la expresión de su campo energético y resonará con otras personas con la misma energía. En este caso, cabe la posibilidad de que el otro adopte una polaridad masculina o femenina en su expresión energética. La polaridad masculina es la de la agresión, por instinto de supervivencia. Ésa era su labor en la era de las cavernas: proteger al clan. La polaridad femenina es la de la sumisión. Al mencionar femenino o masculino, no hago referencia a hombre o mujer. Todos los seres humanos tenemos de femeninos y masculinos, en diferentes grados y ante diferentes circunstancias: un padre cuando le hace cariño a su hijo recién nacido, cambia el tono de voz, sus expresiones y palabras. Adopta la polaridad femenina, que es la más indicada para la circunstancia. Una madre cuando castiga a su hijo por una travesura, eleva la voz.
Si nos encontramos con una persona de polaridad masculina y nosotros estamos en esa misma polaridad, podemos entrar en una discusión y hasta llegar a la agresión. Si estamos en polaridad femenina y el otro en masculina, seremos agredidos. Llevado a extremos, cuando nos chocan el auto, nos asaltan, nos agreden o insultan ‘sin razón’, sí existe una ‘razón’: estamos viviendo en esos momentos en el campo energético del dolor y del miedo. Obviamente ese dolor y miedo no es circunstancial. Es reflejo de nuestras creencias limitantes construidas a partir de nuestra percepción y de la interpretación que le hemos dado a todas nuestras experiencias del pasado. Por alguna circunstancia reciente, esas creencias o programas se activan, y con ellos el campo energético y la polaridad correspondientes.
Para aquellos que somos medianamente éticos, correctos y sanos, ante determinadas circunstancias adoptaremos el rol femenino (sumiso) y podríamos ser víctima de agresiones, asaltos, secuestros, accidentes, etc. Tomar conciencia de nuestra paz y equilibrio interior es fundamental.
Trabajar en la identificación y desmontaje de creencias limitantes es la clave para subir los escalones que nos alejan del dolor y del miedo y nos acerca al amor incondicional. Para desmontar nuestras creencias limitantes necesitamos cambiar la percepción sobre los hechos, las personas, nosotros mismos y las circunstancias. Al hacerlo, aprendemos, nos transformamos, trascendemos. Súbitamente nos encontramos en un lugar de paz y tranquilidad, de profundo amor, de equilibrio. Las cosas nos empiezan a funcionar, empezamos a fluir, nos volvemos sensibles a la vida, intuitivos, creativos y descubrimos la hermosura de nuestra esencia divina, de nuestra conSCiencia, de nuestro espíritu. Nos acercamos a Dios, a nosotros mismos.