El jaque mate emocional

Hay que desmitificar al ego. Se habla muy mal de él. Sin embargo, es un elemento clave para que una persona pueda garantizar su supervivencia. El ego nos hace cruzar la calle, alcanzar resultados, proponer una idea, defender nuestro punto de vista, etc. En la época de las cavernas, sin ego el macho no lograba cazar la presa, defender al clan; la hembra no lograba proteger a las crías, enseñarles a comer y caminar; y las crías sin ego no hubiesen aprendido nada, no habrían sobrevivido por sus propios medios cuando ya era el momento.

En la época actual, que no es la de las cavernas, igual tenemos que sobrevivir, pero de una manera sustancialmente diferente. Trabajamos en organizaciones, en equipos, coordinamos acciones con la finalidad de alcanzar un determinado objetivo.

Algunos objetivos individuales o del área pueden ser contrapuestos a los de otras personas o áreas, pero la clave es que todos estemos alineados a un objetivo más grande y común. Cuando éste está claro, debe prevalecer a los objetivos de menor jerarquía y las personas y áreas tienen que negociar para llegar a acuerdos de servicio que les permitan a todos ganar.

En el entorno organizacional, ya no se trata de sobrevivencia como en la época de las cavernas. Sin embargo, ante determinadas circunstancias nos comportamos como si el no obtener nuestro objetivo fuera de “vida o muerte”. A algunas personas les ocurre más que a otras. ¿Por qué? La respuesta está en las experiencias del pasado que han marcado sustancialmente el mundo de creencias del individuo y la manera como ha interpretado la realidad como resultado de esas circunstancias.

Los seres humanos tenemos un comportamiento caracterizado como funcional, con sus altas y bajas. La línea punteada de la gráfica de arriba representa el comportamiento “funcional promedio”. Todos esperamos comportarnos más o menos alrededor de esa línea. Lo aceptable está entre la línea más alta y la línea base. A veces nos sobrepasamos de estas dos líneas. Esas conductas que se salen de lo normal pueden ser percibidas como disfuncionales. Cuando se convierten en repetitivas las llamo “enfermedades conductuales”. Cuando una persona en el ámbito laboral se siente amenazada en su mundo interpretativo (el inconsciente lo entiende como un problema de supervivencia) su ego sobre reacciona ante esa situación y adopta estas conductas disfuncionales. Es allí cuando el ego malentiende las señales de la mente producto de las creencias limitantes y sistemas emocionales disfuncionales y se comporta como si realmente existiera un peligro para la vida (supervivencia amenazada). Cuando esto ocurre, se dañan las relaciones interpersonales, se deteriora el ejercicio del liderazgo y se desequilibra la vida de la persona y su entorno.

Una de las conductas típicas de defensa del territorio y la supervivencia es la excesiva racionalización que muchas veces viene acompañada de sarcasmo e ironía. Estas representan una modalidad de comunicación típica de personas que no saben cómo expresar lo que sienten y lo que piensan o que ocultan detrás de su sarcasmo, su ironía y el exceso de racionalización sus emociones más profundas producto de las experiencias del pasado. Recordemos que el ser humano tiene cinco emociones: alegría, miedo, rabia, tristeza y asco. El que existan 4 de las 5 catalogadas como “negativas” es porque esas emociones son responsables de la supervivencia del individuo. Son las señales de alerta. Lejos de la época cavernaria y dentro del entorno empresarial, la supervivencia de la persona no se ve amenazada. Son sus alucinaciones producto de las creencias limitantes y los conflictos emocionales no resueltos del pasado.

El que racionaliza práctica el ajedrez emocional: en la conversación (a veces discusión) va sacando ideas cada vez más brillantes que van dejando al otro sin argumentos. Diseña una estrategia de “ataque” muy efectiva. Va acorralando al “contrincante” en esta conversación hasta que finalmente hace el jaque mate. Ante su eminente triunfo y la derrota del otro, el racional se queda sumamente satisfecho, “comprueba” su gran habilidad para jugar con la mente y con las ideas. Complementa su racionalidad con el sarcasmo y la ironía con lo cual se vuelve invencible. Eso alimenta su ego que refuerza la creencia de que ésa es la manera de estar en el mundo y de “ganar”.

Todas las expresiones de “guerra” son un reflejo de su mundo interior, de los conflictos emocionales de su pasado que están sin resolver. El sarcasmo, la ironía y la racionalidad son los mecanismos de protección a volver a experimentar el dolor de determinadas relaciones o circunstancias que le han dejado una herida emocional profunda. Estos comportamientos, con la práctica, se convierten en “enfermedades conductuales”. Son difíciles de cambiar. Cuando la persona recibe feedback en esos términos se siente incomprendida. No entiende por qué no puede ser sincero o directo (cuando en realidad es duro). De persistir en esas conductas su liderazgo se ve mermado, la gente de su entorno lo evita o se aleja, empieza a tener conflictos de relaciones interpersonales, aumenta la rotación de personal y el ausentismo en su área, la gente se queja de él o ella, etc. En su entorno familiar y amical también tendrá un impacto poco favorable.

La toma de conciencia de este patrón es el primer gran paso. Es importante que la persona reconozca de quién aprendió esos comportamientos, de quién en su árbol genealógico lo ha heredado, cuándo empezó a tener esas conductas y qué incidente ocurrió para que decidiera validar esa creencia limitante.

Tomar conciencia de que no “acorrala” al otro para el jaque mate si no que se hace un jaque mate emocional a sí mismo es la clave para el proceso de transformación. La vida no deja de ser un juego de ajedrez. El autojaque mate es la peor jugada.

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