Sólo para jóvenes

Hace unos días conversé con un joven que acababa de regresar de un país de América Latina que lo había dejado bastante impresionado con el orden, los niveles de cultura cívica, el alineamiento a las normas, el respeto, etc. Me preguntaba, ¿por qué los peruanos tenemos que ser así, un país de cultura chicha, de criolladas y del vivo?”. Me comentaba que si pudiera se iría del país. No encontraba un sentido a su vida en aquello que le había tocado vivir.

Un amigo me compartía que la empresa que fundó hace 15 años ha tenido siempre un equipo de profesionales jóvenes. La característica central de su cultura organizacional es y ha sido la innovación y el espíritu joven. Durante sus procesos de selección, él veía en sus entrevistados que la persona nació con una vocación profesional sumamente clara, alineada a la posición a la que estaban postulando y que sus deseos por alcanzar sus objetivos a través de su trabajo eran altísimos; pero que al poco tiempo el postulante descubría que esa no era su pasión ni lo que quería hacer por el resto de su vida quedándose en una seria incógnita.

Hace unos días me encontré con una persona que lleva 15 años trabajando en el área de sistemas de una empresa del sector financiero. Me contaba sobre sus hijos, su casa, su auto nuevo y los viajes que había efectuado en familia y con su pareja. Yo pensaba que esta persona, de unos 40 años, se pasaría los próximos 15 años o más en una posición similar, con algo de crecimiento profesional y poco en lo personal. Con un sentido de su vida limitado a los suyos y a las cosas logradas.

Tres casos concretos: el primero, sin sentido de propósito pero cuestionado. El segundo, en la búsqueda pero sumamente confundido. El tercero, con un propósito circunscrito a su entorno más cercano, dentro de los parámetros de lo “normal y esperado por la sociedad”.

Yo estuve fuera del país por casi 14 años cuando tenía más o menos la edad del joven del primer caso. En mi búsqueda de futuro, ganas no me faltaron de quedarme fuera y en realidad tuve varias oportunidades de hacerlo. Salí del Perú cuando la inflación superaba los dos dígitos: año 1984 y 89. El terrorismo estaba en su etapa más crítica. La delincuencia, la escasez y los pésimos servicios públicos eran impresionantes. Regresé en 1996 durante plena crisis de la embajada de Japón. Ni mi esposa ni yo nos encontrábamos a gusto fuera del país. Los motivos no estaban ligados a la falta de comodidades o la posición económica, la cual por cierto era bastante buena, tampoco se debía al estándar de vida o las relaciones sociales de las que nunca nos podremos quejar. Sentíamos el deber de regresar a cumplir una obligación: hacer algo por los nuestros y por nuestro país. El GRAN QUÉ estaba y está presente: desarrollo organizacional y humano, la conservación de la naturaleza, la erradicación del tráfico de especies silvestres, la justicia social, la realización personal, la protección del ambiente. El ¨qué¨ mediano y los “cómo´s” estaban aún por descubrirse en esas fechas: ¿coaching, formación, auditorías ambientales, RSE, rescate de animales silvestres?

Muchos de los participantes en los programas de formación en coaching, vienen a formarse en una profesión totalmente diferente a la de su carrera original. Varios de ellos están enfrentando la crisis de la mediana edad. Están buscando diversificar sus habilidades. La mayoría encuentran en este tipo de programas un proceso de desarrollo y autoconocimiento personales que los lleva a tomar decisiones radicales. Renuncian a sus trabajos y carreras profesionales de toda la vida porque descubren que no se sentían plenos. Habían estado varios años en una búsqueda por un sentido de propósito.

No es poco frecuente encontrarnos con personas que sobreviven en sus espacios laborales, profesionales o familiares.  Se han mimetizado con el sistema social y cultural que no cuestionan y cuyas normas y procedimientos respetan. Viven para trabajar, comprarse un departamento, el auto, casarse, tener hijos, viajar y seguir creciendo materialmente. Al tiempo descubren que eso no les satisface. Algunos optan por ser insensibles a esas reflexiones internas. Otros deciden salirse totalmente del sistema pero con rebeldía, faltando a ciertas normas más cercanas a los principios humanos. Algunos pocos siguen en la búsqueda de sentido de propósito a través de su propia transformación, la transformación de otros, de las empresas, del sistema. Estos terminan marcando la diferencia a través de niveles de motivación y energía muy altos, que contagian, dan envidia e inspiran. No se conforman con poco. Quieren obtener grandes resultados que no necesariamente pasan por lo material.

Hay una leyenda inglesa que dice: Si no fuiste socialista hasta los 18 no tienes corazón. Si sigues siendo socialista después de los 18 es que no tienes cabeza. Más allá de la verdad o no de esta frase, conectar la razón con el corazón, nuestra visión con nuestra pasión, es fundamental para descubrir “de qué” y “para qué” estamos hechos.

La juventud y pre-adultez están hechas para buscar el sentido de propósito en la vida. Para empezar a construir el legado. Para trazarse objetivos de largo plazo que exceden las necesidades del entorno familiar e inmediato.

Joven, súbete al balcón, obsérvate, observa el sistema, observa la interacción entre el sistema y tú. Encuentra tu sentido de propósito y vívelo cada instante.

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