Expectativas no comunicadas

Las promesas son una herramienta de construcción de confianza cuando éstas se cumplen. La destruyen cuando las incumplimos.

Es preferible condicionar una promesa cuando no estamos totalmente seguros de poderla cumplir. Las promesas condicionadas son aquellas cuyo cumplimiento está supeditado a alguien ajeno a uno o a un incidente que escapa a nuestro control. Por ejemplo, un esposo le dice a su pareja: si salgo temprano de la oficina, nos vamos al cine. El ir al cine está supeditado a la salida temprano de la oficina. Cuando no hay total certeza del cumplimiento de una promesa, mejor supeditarla.

Las promesas definitivas son aquellas que de todas maneras vamos a cumplir. Está casi todo bajo nuestro control. Digo casi porque pueden ocurrir algunos imponderables que nos impidan cumplir con nuestras promesas. Cuando así ocurra, lo más conveniente es avisar lo ante posible y dar alternativas de solución. Una persona que hace promesas definitivas e incumple por más causas graves imprevistas, destruirá la confianza en su entorno. Puede que esta persona no tenga suficiente capacidad de análisis, no tenga en cuenta los imponderables o prometa con mucha ligereza. No tiene mala intención pero igual le ocurre. Deberá trabajar en mejorar sus habilidades de análisis, planificación, anticipación, manejo de escenarios, etc., para así prometer sólo cuando haya mayor certeza de que va a cumplir.

Todos estos escenarios están en el mundo de lo consciente y de lo comunicado. Hay otro espacio más complejo de relacionamiento entre los seres humanos que se da cuando hay expectativas no comunicadas. En este caso, la persona tiene unos estándares de lo que otra persona debería hacer y no hace. Vive con la expectativa de que el otro haga algo. Ese otro no lo sabe. No se lo ha dicho. A pesar de que no ha habido una promesa, igualmente destruye las relaciones de confianza. “¿Cómo es posible que no haya hecho esto o esto otro? ¿Qué falta de consideración?” se dice la persona a sí misma. Desde los estándares de cada uno, para algunas personas hacer o no ese algo es irrelevante. Para otras, ese algo es lo más importante. Para evitar estas situaciones que destruyen la confianza entre las personas, al ser dos los involucrados, es importante que ambos tengan en cuenta el rol que les corresponde: uno tendrá el rol de comunicar lo que espera del otro. El otro, el rol de indagar por sí hay algo que el uno podría necesitar comunicar. Ninguno debe hacer supuestos sobre el otro. Si los hace, debe validarlos.

Compartir los estándares desde los que nos relacionamos: jefe/colaborador (qué espera el jefe de su colaborador y viceversa), padre/hijo, parejas, amigos, empleado/empresa, etc., es fundamental. Escuchar la posición del otro, abrirnos a posibilidades y encontrar una alternativa de relacionamiento con la que ambos estemos cómodos es fundamental. Una vez que las expectativas estén comunicadas y se haya llegado a un acuerdo (el acuerdo es una promesa de actuación futura), ya no podemos faltar a ello. Si lo hacemos, destruimos la confianza.

A pesar de haber llegado a múltiples acuerdos, las circunstancias de la vida van cambiando  y surgen nuevas oportunidades de comunicar lo que esperamos y llegar a acuerdos. El flujo de comunicación no acaba nunca. De allí que la calidad de nuestras relaciones interpersonales está dada por nuestra capacidad de comunicación. Debemos expresar lo que esperamos del otro para que el otro lo sepa y desde ese nivel de conocimiento llegar a acuerdos que nos satisfagan a ambos. Esto mismo ocurre en la relación entre los miembros  de un equipo. También entre un jefe y su equipo de trabajo como un todo. Es responsabilidad de aquél que tiene gente a su cargo expresar sus expectativas sobre el equipo e indagar y escuchar las expectativas del mismo. Algunas de las cosas que le piden podrá dárselas. Otras, desde su liderazgo, serán negadas. Es preferible vivir sabiendo que algo no va a ocurrir que vivir con la esperanza de que algo ocurra cuando el otro ni siquiera lo sabe. Las expectativas que tengo sobre mí mismo que no podré cumplir crean decepción: me decepciono de mí. Las expectativas no cumplidas por otros crean resentimiento: me resiento con el otro. Ninguna de las dos es saludable.

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